Aquella costumbre invisible se pudo, finalmente, apoderar de aquellos habitantes. Se negaban a no ser más que una curiosa estatua, mirada esquiva, frente, tronco. Pero ganó y la victoria es indudable, el derrotado es fiel a su vencedor.
Y el cielo se disfraza de diamantes para no aburrirse de que todos lo vean siempre igual. El cielo canta melodías algo torcidas, ritmos tropicales escondidos hace cuatro décadas, sonidos que sientes en aquel viaje con desenlace descifrado, que nos obsesiona a todos con el océano y su vida infinita. Luego el turno será de la infancia y los juegos, la hora de que las tiendas abran y el dulce pueda nadar por la luz del campo y la ciudad. Luego se levanta, hace una larga fila de entes borrosos, descansa y llega a su destino.

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