MONTAÑA

que egoísmo el tuyo, capaz de derretir en tus manos hasta la belleza más celestial, hasta el verde del paisaje y deshacer la tierra en tus palabras tan frías y llenas de amor. Digamos que fue mi culpa, que busqué las hebras que me enreden en este suplicio absurdo y tan evidente, dejaré que los payasos me apunten con sus dedos blancos y derramen sus risas en mis pies.

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